A LA POSTRE... Kendon MacDonald Smith

Para mucha gente no es ninguna flor que lo confundan con D'Artagnan.
Ello puede deberse a diferencias políticas o a diferencias estéticas, pues es evidente que él ocupa mas espacio del que se le ha asignado sobre el planeta Tierra. Para mí, es todo lo contrario. Cuando empecé a escribir una columna sobre crítica de restaurantes en "Lecturas Dominicales", mucha gente, incluyendo los dueños y directivos de El Tiempo, pensaban que mi columna era escrita por él. La comparación me alegraba, pues el espacio intelectual y de estilo que ocupa es más amplio que cualquier otro. Fue sólo después de un almuerzo en su casa que la plana mayor del periódico aceptó mi existencia. Irónicamente, creo que ello ocurrió porque al final del almuerzo, que se prolongó por varias horas y se regó con mucho vino ¡estoy seguro de que estaban viendo doble! Lástima que todo el mundo piense que Kendon MacDonald Smith es otro apodo, esta vez, británico, de Roberto ¡y nadie cree lo contrario! ¡Por eso la inclusión de cualquier vainazo en este epílogo es un intento por mostrar que no es escrito por Roberto Posada!
La llegada de un libro de sus columnas gastronómicas pone en presente el estado precario del periodismo culinario en nuestro país, sencillamente porque no existe un parámetro con qué compararlo. Los que ejercemos esta rama del periodismo somos muy pocos y los espacios disponibles son todavía menos. Por eso todos tenemos una deuda grande con Roberto que ha abierto el camino para los demás, al dedicar, de vez en cuando, su columna, que es la más leída e importante del país, a tratar temas gastronómicos. 
Para mucha gente puede parecer un perdida de espacio usar su columna, que puede tumbar ministros, para no decir presidentes, para hablar de la morcilla. A él le importa un chorizo. En el momento más inesperado, sale una columna gastronómica. 
Mover la opinión pública no es una ciencia, es un arte. Y como todas las artes tiene su misterio.
Cuando Roberto escribe jamás va a tener a todos sus lectores de acuerdo con él. Una buena parte reaccionará en contra, pero jamás dejarán de leerlo porque saben hacia donde dirige su pluma, es parte de la agenda nacional. Por eso sus columnas se han atrevido a dedicarse al tema. 
A diferencia de la mayoría de autores culinarios nacionales, pero parecido en cambio a los grandes autores internacionales en la cima de su profesión, Roberto utiliza utiliza elementos que van más allá de la cocina para escribir sus columnas. Ellas son el resultado de una mezcla de historia, cultura, autobiografía, sociedad y chisme. Son estos elementos los que ponen sus artículos en otro nivel. 
Las recetas " planas", es decir, las que sólo tienen la lista de ingredientes e instrucciones, me han parecido siempre aburridas. Roberto cuenta dónde comió el plato, con quién comió, quién lo prepara perfectamente..., además relaciona el plato con la gastronomía local. 
Aunque Roberto es un cosmopolita, sus textos tienen como base la cultura local, para no decir bogotana, y son resultado de lo que es él, su familia, sus amigos y conocidos, su nivel social y el hecho de ser cachaco. En muchos de estos textos añora la época en que las familias tenían tres muchachas de servicio y las señoras manejaban su casa divinamente, en torno a una exigente vida social, los señores eran dueños de recetas especiales para usar cuando había fiestas, y el grupo de las familias dirigentes era tan reducido que cualquier problema nacional se podría resolver con un almuerzo privado. 
Roberto nació para ser un gran escritor y lo logró a muy temprana edad. En cierta forma esto lo ha llevado a ser el enfant terrible de su generación, rasgo que nunca ha perdido. Tovaía le encanta escandalizar a "las tías solteronas" del país con alguna columna. ¿Quétal su famoso escrito sobre los efectos gástricos del brócoli?
Pero Roberto no es elitista. Está igual de contento en un restaurante de comida popular donde sirvan versiones impecables de sus dilectos platos cahcacos que en un resturante de tres estrelllas. En una de sus columnas recomendó el whisky Vat 69porque le pareció de buena calidad comparado con su precio y porque hace parte del registro de la meomria colectiva cachaca. El precio que pagó fue fue la brula durante varios días en la W radio, de Julio Sánchez, el rey del estrato 6, esos que viven con una dieta de caviar, paté faie gras y champaña. 
Su segundo hogar es España. Es un experto en la comida de ese país y su influencia en la gastronomía local. Es imposible imaginar que pase un años sin visitar este papis y sin comer sus platos predilectos en sus restaurantes favoritos. 
Es claro en estas columnas, su amor a la buena comida, los tragos y la compañía. Es un gocetas de todo lo que implica la buena mesa y, obviamente, tiene un apetito que le permite disfrutarlo. No estoy de acuerdo con todas sus opiniones. Discrepo diamentralmente con el lugar que le asigna a los temas relacionados con gastronomía y salud. Después de los recientes eventos en su vida personal, entiendo la razón. Mi lema es: "Comida que no hace daño, que te devuelvan la plata". Los problemas gástricos para un gourmet son como un esguince para un futbolista. Menos mal que Roberto ha superado tales problemas y que tiene aún espíritu de delantero en temas gastronómicos. A su obsesión con el colesterol y los triglicéridos le tengo la forma de controlarlos: ¡No medirlos!
Tampoco estoy de acuerdo con su actitud bastante negativa hacia las verduras.  De eso culpa a su condición de cachaco. Tengo un amigo que piensa igual y que dice: "uno no come verduras, sino a los que se comen las verduras".
Estoy muy de acuerdo con el humos de sus columnas: seco e irónico. Combiman perfectamente la política con la gastronomía como una salsa  bernesa y un chateubriand. Hay que leer "Historia de un chorizo consumado" para entenderlo.
Tal vez los más me impresionó del libro, fue leer el conjunto de su trabajo. Seguramente todos recordamos una que otra columna. Pero leerlas todas, una después de otra, es entender la importancia de esta compilación de sus sabrosas notas culinarias para el país. 
Con esta publicación, Roberto llega a ser un peso pesado de la gastronomía nacional. Es difícil imaginar para dónde va después. Obviamente, va a escribir más columnas. Pero yo lo veo, en un futuro no muy distante, presidiendo, como patriarca, almuerzos en su casa, a los que la clase dirigente se pelea por ir, en los que se resuelven problemas nacionales y se comen los platos clásicos de su amado ancestro cachaco. 



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