POLÍTICA Y GASTRONOMÍA

 Hace una semana, mientras disciplinados militantes del Movimiento Nacional deliberaban sin rumbo en el segundo piso del Centro de Convenciones Gonzalo Jiménez de Quesada ("70 oradores y ninguna decisión", tituló Cromos su informe al respecto), un piso abajo ocurría otro acontecimiento, tan oloroso como una reunión política, pero ese último, desde luego, saturado de fragancias nobles y exquisitas. Se trataba, en efecto, del tercer concurso culinario "Tocado de oro" 1987, principal certamen gastronómico del país, organizado lujosamente por la firma Nestlé de Colombia. Jurado del mismo fuimos Lácydes Moreno Blanco -quien actuó como presidente-, los expertos Sonia de Navas, Inés Hurtado de Salgar, Claude Lemaire, Gastón de Bedout, Augusto de Pombo Pareja, y este tragón voraz. El concurso, en efecto, consistía en elegir entre nueve chefs finalistas, procedentes de distintas regiones del país, al número uno de la cocina colombiana. Se calificaba no solo la calidad del plato, sino ante todo la presentación personal del cocinero, la mise en place y, por último, la originalidad, apariencia visual, combinación de gustos y sabores, y el olor de cada preparación. En fin, una fiesta sería de sensaciones gustativas. 
 Siempre se ha pretendido encontrar una relación curiosa entre la política y la gastronomía, que no la tiene. En un estupendo reportaje para la última edición de la revista Credencial, el dirigente Ernesto Samper ofrece a los lectores su receta personal sobre el puchero bogotano, la cual -según parece- resulta poco original frente al autor que de veras invento el puchero. Sin embargo, es presumible que mientras hacía llamadas y conquistaba delegados que adhirieran a su causa para votar en el colegio electoral, el combativo y combatido político contestaba así las preguntas de la periodista:

Pregunta: -¿Qué invitaría a comer al presidente Barco? Respuesta: -En sus actuales circunstancias de salud, algo suave, en todo caso. 
-¿Y al ex presidente López? -Lengua en salsa que nos encanta a los dos. -¿A Belisario? -Cualquier carne en el Capicúa. -¿Invitaría a comer al expresidente Carlos Lleras? -Él es más el tipo dulcero para onces que para comida. -¿Y a Pastrana? -No sé si lo invitaría porque de golpe me deja la comida hecha.

 Y como si el subconsciente político ya estuviera traicionándolo desde cuando concedió la entrevista (hace un mes), Samper respondió en estos términos a la pregunta -¿Cómo haría un paralelo entre la política y la gastronomía?. - "La política, como la gastronomía, tiene sus secretos de cocción. Por ejemplo, un candidato no se puede sacar antes de que esté bien cocinado porque se lo comen crudo. Los procesos en política, como las carnes, deben producirse a fuego lento un exceso de calentamiento puede chamuscar el bifé y el aspirante".
 Tengo la sensación de que, más que pan quemado en la puerta del horno, carnes chamuscadas y bagres hervidos precipitadamente, Samper estaba "cocinando" en su imaginación la candidatura del doctor Eduardo Aldana, que fue tan sorpresiva como fueron varios de los nueve platos -¡también nueve, como aspirantes liberales había a la alcaldía!- que hube de probar durante el concurso mencionado, algunos de los cuales me parecieron buenos, otros regulares y los demás un tris sofisticados, al igual que ciertas candidaturas sacadas del cubilete, más que de la olla de barro. Del barro político, se entiende. 
 En efecto, bajo el seudónimo de "El Boyaco-sumerced", uno de los finalistas, participó con una "langosta caribeña", embadurnada de cilantro y acompañada de rodajas de manzana en jugo fuerte de vinagre. Algo ácido, en realidad este plato lo asocie con el genio del doctor Hugo Escobar, rompiendo su pupitre de un manotaco en la última sesión del Senado. El "cañón tropical", presentado por "Kudirka", me pareció eso: un cañón tropical como las intervenciones cargadas de munición de Durán Dussán. El "capricho costeño", elaborado por "Ajo arriero", lo identifiqué con la actitud del bloque ídem, que no quiso filmarle al Gobierno el presupuesto de endeudamiento, hasta tanto no recibir buena tajada para su región. En cambio "Marlin" -la única mujer, proveniente de Nariño- ofreció un adorable ""encocado de corvina con camarones", cuya maravillosa textura de inmediato comparé con la dulzura de Yolanda Pulecio. Así mismo, "Chucho" -quien obtuvo el segundo puesto- preparó un pargo rojo en salsa de borojó que le quedó de rechupete. El borojó, en efecto, es una fruta llena de propiedades médicas, cultivada en el Valle y con gran demanda en los mercados del exterior. De sabor inigualable, se le unta al pescado, que a su vez iba relleno con un fino picadillo de chorizo. Por su boca, se me pareció este pargo a Santofimio Botero. Pero el ganador, lento pero indiscutible, fue "Mao" (seudónimo digno de revisarse, de acuerdo con lo que ahora pasa en la China), quien preparó un "chorizo de langosta en salsa de refrito a la manera del chef, acompañado de delicias de criolla al comino, y anís sobre flor de guascas"... por su descripción tropical, no lo asemejé con ningún político en particular, sino con un jardín florido de galanistas y samperistas muy cachacos.
 La experiencia gastronómica como jurado de este concurso fue refrescante; me halagaba sobre todo el espíritu, y no solo la panza, el hecho de que mientras abajo estábamos degustando todo tipo de platos, hechos con base en ingredientes puramente colombianos, un piso arriba los pobres gustavistas seguían "alimentándose" de discursos igualmente colombianos -es decir, veintejulieros- a palo seco y sin probar siquiera papita criolla, una morcilla o un pedazo de ternera con ají de aguacate. Ello es triste; más lo cierto es que los políticos no deben seguir mezclando en adelante las matemáticas electorales, con las maticas de tomate, por puro afán proselitista y en desmedro del bien comer, que es cosa muy distinta de comer prójimo. 

Noviembre 8 de 1987



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